Mensaje de Navidad | Quién lo hubiera pensado...


En medio de profecías y promesas, un niño nació en Belén, cumpliendo un grandioso destino: convertirse en el Salvador, Emmanuel, Dios con nosotros.





Este relato trasciende la mera historia para iluminar el poder inherente a un nombre. En nuestra tarea como padres, nombrar a nuestros hijos se vuelve profético, una forma de revelar el propósito divino sobre sus vidas y de otorgarles bendiciones.

En Proverbios 18:21 se yace un principio fundamental: "la muerte y la vida están en el poder de la lengua". En cada nombre que concedemos, depositamos un potencial transformador. ¿Quién habría concebido que aquel bebé de Belén ascendería para ser Rey de reyes y Señor de señores? Su nombre superaría reinos y potestades, extendiéndose más allá de las fronteras de su tiempo, trascendiendo eras y convicciones.

¿Quién habría concebido que aquel bebé de Belén ascendería para ser Rey de reyes y Señor de señores?


Hoy, el nombre de Jesús se alza sobre todos, proclamando su supremacía incluso sobre la mayor potencia de aquel entonces, Roma. Filipenses 2:9 resuena con una verdad indeleble: Dios, en su magnanimidad, exaltó a su hijo hasta lo supremo, otorgándole un nombre por encima de todo nombre. Este nombre, Jesucristo, obliga a todas las rodillas, en los cielos, en la tierra y bajo la tierra, a doblarse y a toda lengua a reconocer que él es el Señor, para la gloria del Padre.

Así, la historia de aquel niño de Belén no solo relata un pasado, sino que continúa impactando el presente y el futuro, recordándonos el inmenso poder contenido en un nombre y la trascendencia de su significado en la vida de cada ser humano.


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