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Nuestros pensamientos son el origen de nuestras actitudes, de nuestras emociones y de nuestras conductas. Lo que nosotros pesamos, guardamos, lo que pensamos a menudo, lo que nos decimos a nosotros mismos, marca actitudes que nosotros tenemos en la vida.

Lo que otros nos han dicho, lo que la vida nos ha dicho, lo que el enemigo nos ha dicho, lo que nosotros hemos forjado como convicciones a raíz de experiencias que hemos tenido van a modelar en buena parte nuestra identidad.
Los pensamientos que tenemos van a manejar como será nuestro trato con los demás, como nos vemos a nosotros mismos y también como nos relacionaremos con Dios.
Por eso es de suma importancia evaluar los pensamientos que tenemos. Tenemos que analizarlos, tenemos que confrontarlos, tenemos que cambiarlos.
Cuando nosotros tenemos pensamientos dañinos acerca de nosotros vamos a pelear mucho al relacionarnos con Dios.

Porque aunque Dios diga que nos ama, nosotros tenemos una imagen distorsionada de nosotros mismos y nos costara creer lo que Dios dice de nosotros.

Lo que Dios nos enseña que debemos cambiar es donde se originan esos pensamientos, cual es la fuente de ellos. Es el corazón.

Pero a la luz de nuestra fe deberíamos preguntarnos si en realidad es suficiente el cambiar un pensamiento negativo por uno positivo, ya que en el mundo hay mucha gente con pensamientos positivos y no necesariamente son espirituales y tienen fe según la Palabra de Dios. La respuesta es que no.
Lo que Dios nos enseña que debemos cambiar es donde se originan esos pensamientos, cual es la fuente de ellos. Es el corazón.

El problema de fondo seria ¿Cómo podemos cambiar de corazón? O ¿Quién puede hacer semejante cosa?
El salmista escribió “crea en mi, oh Dios, un corazón limpio”, eso significa que mis pensamientos sean modelados por la verdad de la Palabra de Dios. Que mis prioridades sean las mismas que Dios
No se trata de buena educación o de aprender buenos modales, incluso hablar bonito. No es suficiente con asistir a la mejor iglesia o tener los mejores líderes. Es solo por la obra del Espíritu Santo, que opera atreves de la fe, el nuevo nacimiento. Nadie puede hacer lo que Dios hace.

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